Empleamos este uso cuando alguien que quiere recuperar, tras una ausencia, un cargo o sitio que tenía previamente agenciado, se lo encuentra ocupado.
Su origen histórico se remonta al reinado de Enrique IV, en el Siglo XV. Por aquel entonces se le concedió el arzobispado de Santiago de Compostela a Alonso de Fonseca y Acevedo, un sobrino de Don Alonso de Fonseca y Ulloa, que estaba al frente del arzobispado de Sevilla. Don Alonso de Fonseca y Ulloa, más conocido por Alonso I, se implicó personalmente en que su sobrino obtuviera el cargo, que era trambién deseado por el conde Osorio de Trastámara.
Una vez que su pariente accedió al cargo, no tuvo gran habilidad política en sus formas de recuperar los privilegios que los señores feudales gallegos habían revocado a la Iglesia. Por ello Alonso I decidió intercambiar el arzobispado de Sevilla por el de Santiago durante un tiempo. Al finalizar su gestión quiso volver a ocupar su anterior puesto, pero su sobrino se negó en redondo y tuvo que recurrir a la fuerza y al beneplácito papal para restaurar su posición.
Por supuesto el pueblo confeccionó este dicho recordando tal hecho que tuvo gran repercusión en la época.
Palacio arzobispal de Sevilla |
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